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2010
(65)
- ► septiembre (3)
Diluvia
Qué linda tarde para pensar, pensar y pensar. Momento más que propicio para maquinar sobre todo aquello con lo que no solés especular en medio de la vorágine semanal. Sí, a veces las tardes lluviosas son perfectas para volverte loca.
La televisión no ayuda, tan sólo muestra a una Buenos Aires transformada en Venecia. Hacés zapping y no encontrás ni una sola película decente, y es ahí donde te preguntás para qué existe el cable. La humedad te incomoda y no hay habitación de la casa que te sea agradable para leer un libro. Tan sólo se encuentran tu mente y vos, como pocas veces se pueden conectar, mientras ambas se dejan hipnotizar por el paisaje detrás de la ventana.
Llueve y no se puede detener. Aunque desearas que salga el sol, que siempre te pone de buen humor, parece que la llovizna nunca va a parar. Pero va a cesar. Tal vez mañana, o pasado, veremos qué dirá el pronóstico extendido. Sin embargo, los días grises suelen ser muy provechosos si consideramos que es en esa clase de momentos en los que salen las reflexiones más profundas. Poné a calentar el agua, prendé el equipo de música, agarrá un cuadernito con una lapicera y sacá todo lo que tengas adentro.
No te hagas drama
¿Son razones lo suficientemente caóticas para que te hagas problema? No, no lo son. Motivos para pasarla mal serían, por ejemplo, perder un amigo. Enterarte que hay posibilidades de que un familiar tuyo contraiga cáncer. No tener un techo dónde vivir. Quedarte sin trabajo. O darte cuenta que tu viejo no anda bien de salud y que no sepas con exactitud qué es lo que tiene.
Con tantos problemas en el mundo, la gente sigue preocupándose por (y disculpen la palabra) boludeces. Hay que salir de la superficialidad en la que, muchas veces, estamos inmersos y empezar a disfrutar de la simpleza de la vida.
Unos buenos mates con tus amigas de siempre, ir a manejar con tu papá, charlar con tu vieja mientras hace la comida, quedarte hasta altas horas de la noche hablando con tu hermana sobre cualquier cosa, o decir “Te quiero” más seguido. En resumen, vivir cada día como si fuera el último.
Decisiones chiquitas
Dejalo ir
¿Lo peor? Ser conciente de que él no te recuerda, de que mientras vos estabas esperando que volviera para empezar de cero, ni se acordaba de tu nombre; de que todo el tiempo te lleguen noticias de cómo se divierte y la pasa bien. De caer en la cuenta de todas las veces que te trató como si fueras una mina más; de comprobar que no te quiso ni la mitad de todo lo que vos lo quisiste a él; y por sobre todas las cosas, de reafirmar que, a pesar de todo, te sigue moviendo el piso.
¿Cómo puede ser que una persona que se rió tantas veces en tu cara te siga importando aunque sea un poquito (o tal vez mucho)? ¿Será amor? ¿Será capricho? ¿Será obsesión? Son sentimientos que tal vez, nunca puedas decifrar. Pero hay una buena noticia, y es que esos fantasmas no te van a perseguir por siempre, porque nada es eterno en este mundo. Por eso, cuando vuelva y quiera hacerte caer, como hace tanto tiempo lo hace; sin rencores ni histerias, decile que “está todo bien” y seguí tranquila con tu vida. Te conoce, sabe de tus puntos débiles y se da cuenta que no te es indiferente, pero tenés que pensar que algo mejor te espera allí afuera, alguien que te va a querer en serio y con el que realmente vas a poder estar como tantas veces soñaste, pero que no podías ver con el fantasmita Cásper invadiendo tu mente. No te dejaba ir. No lo dejabas ir.
Quizás él no estaba enterado de todo el mal que te hacía (y te sigue haciendo). Todo nace y muere en vos.
Un momento especial
CON ELLAS- Aquellas amigas con la que jugabas a las muñecas, con que te reías en clase, las que lloraron a tu lado cuando tuvieron algún problema con el chico que les gustaba, o con las que te escapabas de clase para comprar sándwiches en el kiosko. Aquellas a las que conocés hace tanto, y porqué no también, a aquellas amigas que conociste hace tan sólo unos años pero que sin embargo, son una parte tan fuerte en tu vida que parece que las conocieras desde siempre… Aquellas, con las que maduraste, creciste y seguís aprendiendo a vivir.
De seguro esta no es una simple experiencia más que vivirán juntas, pero si hay algo indiscutible es que estarás ahí junto a ella, como siempre, en uno de los momentos más extraordinarios y felices de su vida; y será hermoso.
Ir a la cancha, un ritual
Cuando sientas ese especie de calor en todo tu cuerpo es donde, tal vez, puedas llegar a entender porqué tantas personas se enloquecen por el juego popular. De repente te das cuenta de que todos son amigos con todos, ni siquiera se conocen pero con una imponente cancha frente a sus ojos, y un partido que por momentos se vuelve crucial, se arman charlitas como si fueran amigos de toda la vida. En el estadio, las alegrías y tristezas son las mismas y los gritos de gloria y los abucheos van en la misma dirección. Existen muchos elementos que diferencian a los espectadores unos de otros, desde los colores de una camiseta, hasta los orígenes de donde proviene cada uno de ellos, pero si hay algo que los une, es la emoción y la pasión que se puede vislumbrar en los rostros de los miles de hinchas.
Una vez que vayas y puedas percibir alguna de estas sensaciones, te vas a dar cuenta de porqué los partidos que se emiten por televisión no te llaman la atención. Es algo que ni ellos te van a poder explicar, y una vez que estés ahí, también se te va a hacer difícil expresarlo.
Ya no se trata de bandos, camisetas o colores. Sin que te des cuenta, el juego te va a atrapar, y aunque no salgas una chica súper futbolera y hasta quizás no vuelvas a pisar una cancha en mucho tiempo, por lo menos vas a haber conocido un poco más de su mundo, y tal vez así, entenderlos un poco más.
Como en el cine
Little girls
- La falta de responsabilidades (trabajo, facultad, etc.)
- Ser muy mimada por toda tu familia.
- Creer que el fin del mundo pasaba por si se te acababan los crayones.
- No entender lo que decían los adultos. Pero que tampoco te interesase.
- Que uno de tus lugares favoritos sea El Mundo del Juguete.
- Ver dibujitos animados a la hora de la merienda.
- Jugar, jugar y jugar sin que te importase qué es lo que pasaba a tu alrededor.
- Pensar que la llegada de un hermanito implicaba un peligro tremendo contra el amor de tus padres hacia vos.
- Comer muchos chocolates, chupetines y caramelos (a escondidas, para que mamá no nos retase).